3 de septiembre de 2010

Fatiga

Wendy se preparaba para sus diversos exámenes. Apenas dormía, iba con ojeras a todas partes, estaba realmente irritable y a la menor oportunidad se ponía a gritar.
No le dejaban tomar café, así que tenía que hacerlo a escondidas. Se sentía como una máquina, absorbiendo datos para luego poder vomitarlos delante de un papel.

-¿Y para qué? -preguntó indignada a una golondrina que se había posado momentáneamente en el árbol que se veía desde la ventana de su dormitorio -¿para qué tanto estudio obligado? Si yo quiero mis libros, ¡mis libros! Solo los libros de verdad te hablan de las cosas importantes. Esto no. Puedo aprender lo mismo, e incluso más, recurriendo a otra cosa que no sean mis estúpidos manuales.

Hecha una furia, tiró todo lo que había en su escritorio y contempló el desastre que había creado. Con la respiración entrecortada, el corazón le terminó de dar un último vuelco cuando una voz dijo a sus espaldas:

-Para ser una buena narradora, necesitarás tener el conocimiento de todos los libros, no solo de aquellos que te gustan. Dime, Wendy, ¿me cuentas un cuento?