Sucede que, a veces, no valoramos lo que tenemos hasta que lo perdemos. En otras ocasiones, no mostramos interés por algo o alguien hasta que viene otra persona y se interesa por él o por ello. Algo así le pasaba a Peter Pan, ahora que había descubierto que Garfio estaba en Londres, con Wendy tan cerca. Peter Pan no podía permitir que Garfio hiriera a Wendy -aunque eso ya lo hubiera hecho él mismo- o que Wendy fuera seducida por Garfio - estaba seguro de que no ocurriría, porque al fin y al cabo, Garfio era el malo y él, Peter, era el bueno, y si Wendy era buena, no podía terminar con Garfio-.
Sin embargo, lo que Peter no sabía era que lo bueno y lo malo no están perfectamente delineados, separándose ambos a la perfección. Es más, Peter no sabía que realmente la bondad y la maldad son conceptos inventados por los seres humanos que no tienen explicación si no es a través del egoísmo innato de esa especie.
Pero Peter no era alguien reflexivo y tampoco leía libros de filosofía. Es por esto que emprendió su regreso a la Tierra, dispuesto a batallar con uñas y dientes con Garfio, por Wendy.
O eso era lo que pensaba él. Porque Peter, a pesar de vivir en Nunca Jamás, también era humano, demasiado niño para comprender que luchaba por su propio orgullo, no por la mujer a la que -supuestamente- había amado.
Y es que en los cuentos, cuando el autor no hace justicia, tiene que ir alguien a salvar a los personajes para que no vaguen eternamente perdidos, como niños de Nunca Jamás.