-¡Ajá! -exclamó Peter Pan- ¡por fin nos encontramos, Capitán Garfio!
Efectivamente, Garfio estaba sentado en una cafetería paladeando un exquisito té de frutas, mientras sus ojos paseaban descuidadamente por el extravagante decorado del local. Era inglés, muy inglés. Demasiado inglés.
Garfio no le prestó ninguna atención y siguió dedicado a su té. Peter Pan no se rindió y continuó diciéndole:
-¡Garfio! Sé que tu intención es seducir a Wendy ¡y no pienso permitirlo! ¡Lucha contra mí y sé un hombre!
Entonces Peter desenvainó su espada torpemente y golpeó la mesa donde estaba sentado el Capitán, con tan mala suerte, que el té de Garfio se cayó al suelo y la taza se rompió con un gran estrépito.
Garfio entonces le miró con cara de pocos amigos y le dijo:
-Vamos a ver, gilipollas. Si aquí hay un hombre de verdad soy yo, no tú. Tienes ya una edad para dejar de llevar mallas ¿no crees? Da igual que no envejezcas, el tiempo pasa para todos, amigo. Y tú has dejado escapar a una chica que ahora mismo se está convirtiendo en una mujer hermosa, inteligente y digna de amar. Según el libro, está destinada a casarse y a hacer un montón de estupideces más debido a que no tuviste suficientes huevos en su momento para asumir tu papel. Muy bien, eres libre, pero entonces si yo he visto en ella algo que tú no has visto, mejor te callas y me dejas en paz. Además, deberías guardar esa espada, porque la gente del café empieza a ponerse nerviosa y no te gustaría que te arrestara la policía, ¿verdad? Así que guarda la espada, me pagas el té que has derramado y me pides otro. Con un poco de suerte recapacitarás y me dejarás leer tranquilo el periódico. No te metas en mis asuntos.
Peter se rascó la cabeza extrañado, guardó la espada y le pidió otro té al Capitán. Mientras salía por la puerta de la cafetería pensó: "Esto en mis tiempos no pasaba".