El silencio, el silencio.
El silencio te hace guardar las palabras en la mesilla de noche, como en un descuido, y cuando te levantas por la mañana, olvidarlas al comienzo del día. Y así es como comienzan las semanas en silencio.
Después te olvidas de que has amado, olvidas que has sufrido, olvidas cómo se pide educadamente un café y sólo queda una tela muy fina que te envuelve y te atrapa, te atenaza los músculos y te impide escapar. Como las telarañas que hace tiempo que fueron deshabitadas y sólo queda un cúmulo de cadáveres vacíos.
El silencio nos hace desaparecer de nosotros mismos y nos entierra en la mente de los demás.
Pero yo quiero volver a ser la que era.
Quiero vencer el silencio.
Y aunque ahora lo evoco con fuerza, pues el silencio forma parte de mí,
a cada palabra que escribo y que lees, lo venzo poco a poco,
rompo la tela de araña y escapo.
Y me resigno a morir, a ser enterrada sin ni siquiera tener un epitafio que deje constancia de mí.
Unos meses no son nada.
¿Qué son unos meses de silencio?
Respiro, estoy viva.
Comienza el silencio...
y otro termina.